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Jardín interior.


Solamente si alguna vez amaste con uñas y con dientes sin red sin salvavidas aciertes a entender el vértigo insondable que se extiende a los pies del desengaño.

Ella creyó encontrar la fuente del principio cuando lo conoció, en medio de la tierra, sin más escudo que su piel de hombre bruñida por el sol igual que el oro viejo.

Lo amó sin precipicios ni preguntas tiernamente, en silencio con esa gratitud voluptuosa que provoca la lluvia en primavera.

Todo era tan sencillo.

Los versos inflamados de poetas infinitos parecían seguirla a todas partes como si el corazón se hubiera convertido en un fiel animal domesticado.

Porque no existe nada que perdure una noche aprendió, como tantos lo hicieran antes y después de ella, que el amor es un río con cataratas propias y remansos ajenos que siempre desemboca en el océano.

Míralo de este modo: la vida te ha enseñado siguiendo su costumbre de incansable maestra cómo el alma dibuja serenas cicatrices sobre viejas heridas.

LA MUJER HERIDA, por Raquel Lanseros.

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